No existe belleza como la de un cuerpo rompiéndose
Existen pocos géneros más difíciles de navegar que el ero-guro. Tanto para crearlo como para disfrutarlo. La mezcla del erotismo con la violencia siempre está al borde de romperse y convertirse en algo tremendamente desagradable, en vez de algo deseable, cuando no erótico y incitador. Algo que hace de éste uno de los géneros donde es más fácil caer en lo abyecto de la peor forma posible: sin nada que justifique el hecho de que exista.
He estado pensando en esto desde que hace unos días vi un tuit hablando de cómo nada ha causado más daño a las chicas con interés por lo japonés de los 90s y los 00s que ver desnudo a Vash La Estampida, protagonista del manga y anime Trigun. Porque la verdad es que hay buenas razones para ello.
El cuerpo de Vash está roto. Literal y figuradamente. No sólo tiene decenas de cicatrices, algunas de ellas absolutamente incompatibles conque no viva con un estado de dolor prácticamente perpetuo, sino que además tiene varias prótesis metálicas y, según a quien se pregunte y cómo decidamos interpretar ciertos aspectos de la obra, es casi tanto de metal como de carne. En ningún momento deja de ser humano por ello. Pero este abrazar el cyberpunk, el body horror y sí, el ero-guro, no evita reconocer una cosa: es un joven muy atractivo no a pesar de sus heridas, sino que lo es más precisamente por lo roto que está.
En parte, el atractivo de Vash es su vulnerabilidad. Todas sus heridas hablan de una historia secreta que no puede ocultar, incluso si puede decidir no compartir. Eso le hace automáticamente vulnerable. Su cuerpo está dañado, roto, más allá de toda reconstrucción. Su cuerpo está constituido de historias y acontecimientos donde cada cicatriz y prótesis y placa de metal es una parte de su pasado expuesta al mundo, esté de acuerdo o no.
Eso le hace vulnerable. Pero en la vulnerabilidad hay resiliencia. Y eso es atractivo. Por una parte, porque lo vulnerable despierta en nosotros un deseo de protección. Por otra parte, porque la resiliencia nos inspira la idea de una fuerza potencialmente inconmensurable.
Eso es el ero-guro. El buen ero-guro es consciente de que su potencial no está en maridar la violencia y el erotismo, o el sexo, para recrearse en el sufrimiento, normalmente femenino1, sino en maridarlo para abrir una puerta prohibida: mostrar cómo los cuerpos están compuestos de contradicciones. El dolor se confunde con el placer. Lo terrible con lo bello. Lo inapropiado con exactamente lo que debería ser. Ahí radica el verdadero poder del ero-guro. Hacer lo que hace el sexo, ser un conjunto de contradicciones, y llevarlo un paso más allá de donde es cómodo de pensar. Incluso para quienes creen que ya están cómodos pensando varios pasos más allá.
Vash es un ejemplo estupendo de ero-guro —incluso cuando su manga no es ero-guro, o no más que el cuerpo de su protagonista un ejemplo del uso del mismo—, como lo es el uso del body horror en todo el cyberpunk japonés23, porque en ningún momento se recrea en la violencia. Tampoco en el erotismo. Existe una evidente contradicción entre ambas: lo violento de su cuerpo es erótico; lo erótico de su cuerpo es violento. Y es absolutamente imposible abstraerse de ello.
Por eso es normal que Vash generara una reacción tan virulenta. Su cuerpo es el origen de una contradicción expuesta de una forma primaria y fundamental. Alude a algo que entendemos de forma instintiva, sin necesidad de racionalizarlo, y que no podemos controlar. Y ahí es donde radica su atractivo. No necesita hacerse atractivo. No necesita hacer un esfuerzo por resulta sexy. Lo es porque su cuerpo roto es el campo de batalla de las contradicciones que demuestran que es el espécimen más apto de su especie.
Kasami Washington es de esa clase de músicos a los que siempre acabo volviendo. No sólo es un saxofonista excepcional, sino que sus composiciones de jazz son fabulosas. Valga como ejemplo su absolutamente increíble EP Harmony of Difference. O el sentido del humor y la imaginación de Street Fighter Mas, un single que no puedo calificar como propio de este mundo.
En el videoclip Washington se plantea como un jugador de Street Fighter excepcional, un guerrero que ha trascendido lo mundano al alucinarse en lo digital como si de Forest Whitaker en Ghost Dog: The Way of the Samurai se tratara, donde la propia canción capta a la perfección el espíritu no sólo del juego, sino de ese espíritu de lucha completamente enloquecido de Washington en un conjunto que sólo puedo definir como pimponudo. El resultado es una microdosis de psicotronia cotidiana a la que necesito volver de vez en cuando para recordar que existen otros mundos, existen en el nuestro y, en ellos, Kamasi Washington es una especie de ronin legendario del Street Fighter.
El irónico orgullo de Humbert Humbert
Este texto sería más fácil de escribir si me permitiera ser mucho más cínico de lo que soy. Si simplemente abrazara el platoniano «el tiempo presente es lo peor y estoy rodeado de asquerosos» sería mucho más fácil atrapar la atención de cualquiera que fuera a leer esto. Pero la realidad es que lo que quiero comentar no es nuevo. Lleva ocurriendo desde antes de que Platón se quejara sobre la estupidez de los jóvenes y la rigidez intelectual de los viejos; lleva ocurriendo desde que el ser humano cuenta historias y, probablemente, seguirá ocurriendo mientras lo haga.
Todo esto viene a que el otro día estaba leyendo mis feeds y me encontré un titular que me llamó la atención. Los titulares me llaman la atención, por lo general, por dos motivos: o bien porque me parecen interesantes o bien porque me hacen plantearme si la persona que escribió el titular piensa que tengo cabeza nada más que para vestir sombrero. Este era de los segundos. Y era el siguiente.
Es importante tener todo el contexto antes de entrar en detalle. Tsuma Shougakusei ni Naru, TsumaSho para los amigos, es un manga recientemente adaptado al anime cuya premisa es que una mujer muere y por motivos desconocidos, se reencarna en una estudiante de primaria. Su hasta entonces marido, sintiéndose responsable, decide hacerse cargo de ella como si fuera su propia hija. Con esta premisa tan cargada, la autora escribe una historia sobre el amor, la pérdida, el duelo, el cambio y cómo gestionamos nuestros sentimientos ante situaciones que son, por definición, imposibles de gestionar.
En otras palabras, TsumaSho es una obra con una premisa delicada, pero muy potente, que tiene potencial para desarrollar una obra extraordinaria. Como no podría ser de otro, la reacción general ha sido reducir todo esto a una impresión problemática, cuando no potencialmente racista, de lo que implica todo esto: si una mujer adulta casada se reencarna en una niña de primaria y sigue viviendo con su marido, por necesidad, ha de ser una obra pedófila.
Es posible entender esta reacción. La cantidad de obras con premisas que bordean o superan la pedofilia es alarmante tanto dentro como fuera de Japón. No sólo en el anime. Eso no quita que el salto lógico que requiere pasar de la premisa de TsumaSho a la conclusión de que es una obra pro-pedofilia requiere ignorar cualquier clase de proceso intelectual intermedio. Porque el problema radica ahí: definir de entrada y sin ninguna clase de argumento que la premisa es ragebait —que su intención primera es buscar airar a la gente para que se hable de ella, incluso si su trasfondo no tiene nada que ver con ello o no tiene trasfondo en absoluto— es intelectualmente deshonesto. Cuando no directamente malintencionado.
¿Por qué es ragebait TsumaSho? Porque han llegado a una conclusión deshonesta, basada en nada, sobre su contenido. Lo dice el propio titular. A partir de verla, han comprobado que todo lo que habían imaginado de la serie no está ahí. Es decir, no hay ragebait. Estaba todo en su imaginación. O peor aún: han prefabricado la polémica.
¿Por qué hacer esto, entonces? ¿Existe alguna clase de pánico moral con respecto de esta serie o simplemente han querido crear alguna clase de falsa polémica buscando clicks? En toda honestidad, hay algo de lo segundo —porque todos tenemos que comer y un titular un poco deshonesto que inflame los ánimos siempre funciona mejor que uno verdaderamente informativo—, pero es sobretodo lo primero. Desde su anuncio, ha habido una polémica constante al respecto de su premisa y su adecuación. Porque el titular está alimentando algo que está ocurriendo y que lleva ocurriendo ni semanas ni meses ni años ni décadas ni siglos, sino milenios: la obsesión de leer cualquier clase de historia en clave moral.
Para cierta clase de personas, toda historia es una fábula. Un cuento moral. No importa a quién esté dirigido o cuál sea su intención: lo que narra es alguna clase de lección moral. Y esto es un problema porque a veces la ficción no tiene ningún interés en explicarnos cómo debemos comportarnos. O no de un modo explícito, como un profesor regañón que sólo quiere lo mejor para nosotros.
¿Por qué se condena periódicamente, desde su publicación en 1955, Lolita de Vladimir Nabokov? Porque hay personas que la leen, o no la leen, y piensan que es un dictamen moral en vez de lo que es45: la narración de unos acontecimientos terribles contados desde el punto de vista del hombre, absolutamente horrible, que los ha cometido. ¿Pretende ser una lección de moral? No. Nabokov no va a acabar la novela condenando los actos de Humbert Humbert, declarando que la pederastia es un crimen terrible, que Lolita es la víctima de todo y que Humbert Humbert ha contado la versión que más le conviene, contando la historia según le conviene y distorsionando los hechos a su conveniencia como lo hacen siempre todos los depredadores. Porque esto es literatura. Nabokov presupone que sus lectores son adultos. Y que son capaces de comprender y asimilar ideas más complejas que las de los cuentos infantiles.
He ahí la cuestión. Los cuentos morales tienen su lugar. Enseñar a los niños lo que está bien, lo que está mal y porqué con ejemplos memorables en forma de historias fáciles de seguir es algo que tiene una función. Quizás, en algunos casos particulares, también sería beneficioso la existencia de esta clase de historias para cierta clase de adultos. Pero pretender que toda la ficción es eso, que deba ser eso, no sólo es problemático: es pretender que el ser humano termina su desarrollo a los ocho años de edad.
No estoy aquí para defender TsumaSho. Estoy aquí para defender que las premisas de la ficción no tienen nada que ver con la moralidad de los actos de las mismas6. Y aunque es inevitable que los menos ágiles de nosotros sigan pretendiendo juzgar todo en términos de lecciones morales, el resto deberíamos seguir intentando juzgar todo por lo que es, lo que pretende y lo que hace. Porque el arte es, puede y debe ser aquello que desafíe las nociones de cuanto creemos conocer.
Si preguntáramos a los más moralistas de nuestros pares llegarían a la conclusión de que Butcher’s Creek no debería existir. ¿Un videojuego sobre un hombre que va a las montañas buscando cintas snuff? Terrible. ¿Se cura las heridas fotografiando los lugares donde se filmaron las escenas de estas películas? Peor aún. Y lo peor se da donde no llega la moral: en el filtro cinta de vídeo que acompaña a todo el juego. En cómo puedes sentir la contundencia y el óxido entre tus dientes con cada golpe de llave inglesa. En el hecho de que intentas sobrevivir a un grupo de psicópatas, pero no es que tú seas mejor — ninguna razón noble te ha traído aquí. Y si bien de momento sólo está disponible la demo de esta fusión perfecta entre Condemned: Criminal Origins y Manhunt, sé que muchos no resistiremos el ansia de ir a los Apalaches en busca de más cuando se lance el próximo 3 de enero.
¿Por qué hago las cosas que hago?
Del 14 al 21 de octubre se celebra el Next Fest de Steam. Eso significa que miles de estudios y desarrolladores suben sus demos Steam con la esperanza de que la gente las juegue, las comparta con otras personas y, con un poco de suerte, el algoritmo de Steam, de Twitter, o de alguna clase de ente arcano terrorífico y terrible, les ayude a destacar y hacer que su trabajo haya servido para algo. Al menos, en lo que en términos de negocios se refiere.
Disfruto mucho de los días del Next Fest. Juego muchas demos, conozco cosas que no me esperaba, descubro cosas que no tenía en el radar. Me permite saber qué es lo que se viene. Si bien soy consciente de que mucha gente no simpatiza con las demos, por la espera que les supondría a seguir jugando si alguna en particular les enamorara, satisfacen una obsesión particular en mí: me permiten tener una visión De Todo. Por supuesto, es imposible tener una visión de todo cuando existe. Eso no me va a impedir seguir intentándolo.
Algo que suelo hacer durante el Next Fest es crear un hilo con las demos que voy probando. Antes en Twitter, ahora en Bluesky. Y a veces la gente me ha preguntado, ¿por qué haces eso, Álvaro? Y la respuesta es, ¿por qué no hacerlo?
El motivo es que no hay motivo. No todo en esta vida necesita un motivo. Casi nada lo necesita. El discurso de la necesidad, de que todo requiere tener una razón para existir, es tan insidioso como dañino — existimos en un cosmos vacío de significado y todo cuanto hacemos carece de sentido, más allá del que queramos darle. Por eso está bien hacer cosas simplemente porque se sienten como adecuadas. Correctas. Como coherentes con nuestras personalidad, nuestra forma de pensar o nuestra línea ideológica.

Si tuviera que dar una respuesta de porqué creo un hilo con las demos que voy probando, sería fácil echarme el pisto y decir que es porque es una forma de dar visibilidad a las mismas. Esto es cierto, hasta cierto punto. Pero eso es lo que hago cuando hablo de las demos en Hablemos de videojuegos o cuando escribo un artículo en Softonic sobre las mismas. Cuando ejerzo un proceso de curación. ¿Pero es realmente lo que hago cuando hago el ejercicio en bruto de listar todo lo que me parece aunque sea remotamente interesante de lo que juego?
No lo sé. Yo diría que no. Yo diría que esa visibilización se da en la curación, en la consciencia de estar poniendo a determinadas personas y determinados juegos en el escenario. Pero también sería legítimo decir lo contrario: que la consciencia no tiene nada que ver con las consecuencias de los actos. A fin de cuentas, es lo que he dicho antes.
Por eso no intento dar una respuesta sobre porqué hago un hilo de las demos que voy jugando. Lo hago porque me gusta hacerlo. Porque se siente correcto. Pero no existe una intencionalidad específica, una razón concreta, por la cual decida ponerme a escribir esa lista — lo hago porque se siente una consecución lógica de mi carácter. Ni más ni menos. Y en ocasiones, la mayor parte del tiempo, creo que eso es suficiente para crear algo.
Eso se llama pornografía mainstream y no tiene nada de vanguardista ni de interesante y se hace cada día durante una cantidad virtualmente infinita de horas en nombre de la misoginia heteropatriarcal.
En el cyberpunk japonés es menos importante la relación con la tecnología que la relación con el cuerpo. De la fusión de la carne con el metal. Esta relación, en tanto simbiótica y simbólica, permite señalar de una manera más certera de lo que estamos hablando: el cómo el mundo se construye cada vez más en contradicciones donde el ser humano se confunde de forma más evidente con la máquina, pero también la máquina con el ser humano, haciendo que de ahí nazca la confusión, el terror y la paranoia. Es terrible que las máquinas exterminen o dominen a los seres humanos. ¿Pero qué ocurrirá si máquinas y humanos no es que sean virtualmente indistinguibles, sino cosas distintas, pero virtualmente inseparables?
Nos quitamos el sombrero ante Tetsuo: El Hombre de Hierro, origen de todo esto, que llevaría lo cronenbergniano hasta sus últimas consecuencias. Especialmente cuando la influencia de Tetsuo: El Hombre de Hierro en particular y la filmografía de Shinya Tsukamoto en general sobre todo el cyberpunk japonés, la ciencia ficción, buena parte del anime, una parte significativa del cine y la literatura de autor japonesa, el manga, y también Trigun es algo que no daría para un artículo o un texto: daría para una enciclopedia.
En justicia, a esto ayuda que cada adaptación popular de la novela haya sido una glorificación absolutamente obscena de Humbert Humbert que debería haber convalidado como razón necesaria suficiente como para que todos los involucrados fueran investigados por las fuerzas federales pertinentes de sus respectivos países. Si los mismos no fueran sospechosos de permitir o reforzar esa misma clase de comportamientos.
Irónicamente, resulta muy difícil decir lo mismo sobre las portadas del libro. ¿Suelen ser una Lolita seductora? Sí. ¿Eso va en consonancia con la estética del libro, reflejando la mirada predatoria de Humbert Humbert? También. Porque la portada, al final, sigue siendo parte intrínseca del libro: es parte del discurso que maneja Humbert Humbert; parte de su mirada, y como tal, parte del discurso estético de Nabokov. Y en el hecho de que veamos obscenidad en las mismas, está también el juego que se busca en las mismas.
O en este caso, de los actos que la gente ha decidido imaginarse que ocurren. Porque ya ni siquiera necesitan que ocurran: sólo que puedan ser que ocurran porque la premisa los permita.