La importancia de un buen poster
A veces me sorprende el poco respeto que se tiene por la publicidad. Como si fuera un acto impuro o un acto inútil. Muchas personas no quieren publicitar su arte porque sienten que eso desvirtúa su obra, que debe llegar al público de forma orgánica. Algunas empresas, algunas de ellas enormes multinacionales, parecen creer que no necesitan publicidad: que su nombre es suficiente para que la gente llegue hasta ellos y que las campañas personalizadas son una pérdida de tiempo. Y eso nos lleva a una situación peculiar. Se ha olvidado que la publicidad es también una forma de arte.
La publicidad no es sólo un instrumento del departamento de ventas de las empresas capitalistas. Es la herramienta a través de la que damos a conocer las cosas que nos importan. En tanto seres vivos, vamos a publicitar cosas. Incluso si no existiera el mercado, seguiríamos haciendo publicidad. De nosotros mismos, de nuestros actos y nuestras creaciones. Pero la diferencia está en si es una perezosa obligación nacida de tener que estar constantemente publicitando algo nuevo. Algo diferente. Compitiendo con un entorno repleto de ruido. O si de verdad podemos pararnos a construir algo a la altura de aquello que estamos anunciando.
He pensado en esto a raíz de ver el póster de un combate de wrestling. Hijo del Dr. Wagner Jr. se enfrentará a Galeno del Mal el 1 de enero en NOAH, en su evento The New Year. Y el póster es una absoluta obra de arte.
Compuesto sólo de rojos y dorados, construido de forma simétrica, juega con todos los elementos a su disposición para hacer brillar a sus protagonistas. Ambos luchadores vestidos de negro y oro, diferenciados por su vestimenta y su actitud. Y si el increíble trabajo de diseño gráfico no es suficiente, nos dan más razones para querer verlo. Hermano contra Hermano. Una rivalidad contra natura, que incluso si no sabemos nada de estos dos luchadores, ya nos dice todo lo que necesitamos saber sobre su encuentro: muy grave debe ser la situación para que dos hermanos se enfrenten cara a cara en año nuevo.
¿Cuál es la situación que lleva a esto? Hijo del Dr. Wagner Jr. ha sido campeón del mundo de NOAH. Galeno Del Mal no. Hijo del Dr. Wagner Jr. considera que su hermano no ha estado dándolo todo y por eso no han logrado conquistar los títulos por parejas. Y ahora se han de ver las caras, mano a mano, en el primer evento del año del wrestling japonés: para que Galeno Del Mal demuestre si tiene que lo que hay que tener para seguir el camino de su hermano.
Nunca hubiera llegado a conocer todo esto de no haber sido porque me quedé impresionado por el póster. Ahora veré The New Year, porque tengo interés en ver el combate de Hijo del Dr. Wagner Jr. y Galeno del Mal. Si me gusta, si creo que lo hacen bien, seguramente vea más de ellos. Si me gusta el resto del evento, probablemente pueda hacer de tripas corazón y ver más NOAH en el futuro1.
Pero esto es sólo la demostración de lo que hace un buen trabajo de publicidad. Y saber cómo hacer un seguimiento del mismo. Mi interés por el trabajo de Hideo Kojima tiene también mucho que ver con el excelente trabajo que hace con sus tráilers, que son obras de arte en sí mismos independientemente de sus videojuegos. Parte de mi interés por jugar a Gears of War en su momento fueron las espectaculares series de anuncios de televisión que tuvieron la franquicia2. Y lo mismo se aplica a cada vez que veo a artistas compartir ejemplos de su arte, de una manera cuidada y bien pensada, que me hacen querer seguirlos y ver en qué concluirá todo eso. Qué forma acabará cobrando. Incluso si sólo es más arte.
Con esto no digo que la publicidad sea obligatoria. Que todo el mundo deba publicitar su trabajo. Pero desde luego, hacerlo en el momento adecuado con un trabajo adecuado, ayuda a llegar a más gente. Porque publicidad no es sólo insistir a la gente que compre tus productos. Es también todo aquello que recuerda a los demás la existencia de lo que hacemos.
Reclamar la muerte del marketing es positivo. Y está en mi agenda. Pero la publicidad va a existir siempre. Pero está en nuestras manos hacerla con cuidado, trabajo y un esfuerzo que la haga agradable. Parte del escenario cotidiano. Algo que no sólo sea un anuncio de las cosas, sino algo más: una obra de arte por sí misma. Porque eso es lo interesante de la buena publicidad. Utilizamos pósteres como decoración. Vemos trailers por gusto. Nos empapamos de singles por anticipación. Pero lo hacemos cuando no son un mero truco. Cuando son de verdad un esfuerzo artístico. Y en ese sentido, podemos reclamar mucho más a la publicidad que ser mero marketing para cumplir cotas al capital.
Sólo hay una lista de lo mejor del año que espere puntualmente cada diciembre. Esa es la lista de las mejores películas del año para John Waters. Su perspectiva siempre es interesante y siempre me llevo dos o tres joyitas que me habían pasado desapercibido. Este año mucha gente quiere convertirlo en noticia porque ha elegido una película horrenda poniéndola por las nubes, como si no fuera perfectamente con su criterio3 o como si estuviera pretendiendo decir con eso que deberíamos revaluar críticamente la película. Esto es la destilación más pura de lo que es John Waters. Y quien pretenda crear discurso para el mainstream basándose en eso, la verdad, muy conectado a la realidad no está.
«¡Debate conmigo!» —dijo quien quería una ejecución
A veces le compramos los marcos discursivos a la gente más desagradable del mundo. Es decir, a los fascistas. Esto ocurre sin darnos cuenta. Si nos diéramos cuenta, si fuera evidente, sería muy fácil evitarlo. Pero la trampa del intelecto es que nunca es transparente; es un proceso opaco de críticas superpuestas que requiere tiempo deslavazar. Que es por lo mismo que es mucho más fácil hacer correr una mentira que desmentirla. El proceso crítico es lento y metódico, mientras que la dialéctica puede llegar muy rápido a sitios muy lejanos.
Hablar de dialéctica aquí no es casualidad porque algo que me preocupa es cómo mucha gente que se autoidentifica de izquierdas ha comprado el discurso de que debatir está bien por definición. Que el debate es siempre positivo y que siempre que ocurre un debate y se da en términos (aparentemente) civiles, ha ocurrido algo positivo. Lo cual es falso.
Esto ya lo sabían los griegos. Si utilizamos «sofista» y «sofistería» como insultos, no es precisamente porque los sofistas fueran hermanitas de la caridad456. Pero se ha extendido esta idea de que el debate debe ser un fin en y para sí mismo. Lo cual crea un problema social muy grave. Y es que lo que se considera civil en la sociedad es, muchas veces, tremendamente injusto para grupos enteros de personas.
Para empezar, el debate no es un fin por y para sí mismo. El debate busca una conclusión. No busca convencer al contrario, sino a la audiencia78. El civismo de la discusión da exactamente igual. Que el adversario no haya sido convencido también. El debate se genera para convencer de una postura determinada a quien lo escucha9.
Eso no quita para que el debate tenga ciertas condiciones para ser un debate. Para que un debate sea justo debe ser un ejercicio intelectual entre iguales1011. Y eso significa que debe o ser puramente intelectual para ambos implicados o debe afectar materialmente a ambos en una medida que o bien pueden sobrevenir o bien les afecta por igual.
¿Qué significa esto? Un ejemplo fácil. Si vamos a debatir sobre si las personas rubias12 deberían tener derechos humanos y quien me propone ese debate tiene pelo de color castaño, el debate está viciado. Porque para él es un ejercicio intelectual y para mí no. Y si quien me lo propone es rubio, pero lo tiene teñido de castaño y nadie lo sabe, pero todo el mundo sabe que soy rubio, el debate también está viciado. Porque para él es un ejercicio que no le afecta materialmente en la misma medida que a mí.
Es por eso que, todo debate que se precie, debe asegurar la libertad intelectual y personal de la persona más vulnerable representada. Ya sea física o teóricamente13. Y por eso mismo, el debate no puede ser un fin en sí mismo.
¿Qué ocurre si tratamos al debate como un fin en sí mismo? Que abrimos las puertas a que la gente ejerzan actos de opresión. Si es un fin en sí mismo, si todo es debatible, entonces no hace falta proteger al débil. Al vulnerable. Y por extensión, es quien acaba sufriendo las consecuencias. ¿Qué nos impide cuestionar la existencia de los grupos vulnerables? Absolutamente nada. Debatamos sobre ello. Y como el debate es un fin en sí y para sí, no contemos con ellos. Decidamos si su existencia es válida no sólo poniendo en cuestión su existencia, sino cuestionando también el hecho mismo de que existan. Como si fueran un divertido ejercicio mental cuyas consecuencias pueden llevar, incluso, al exterminio1415.
Y si crees que esto no te afecta, porque no eres de una minoría, piénsalo dos veces. Con las redes sociales, todo el mundo está a un mal día de un debate sobre si su existencia es válida o no por algo que haya dicho o hecho. Porque lo que la mayoría de la gente entiende por debate son exigencias de justificación a personas en una situación de vulnerabilidad, temporal o permanente, para establecer su superioridad y/o su poder. Haciendo imposible hacer nada salvo poner buena cara y entrar en un debate que no se quiere tener porque la gente está mirando y quieren aplaudir ante la idea de cómo las ideas contrapuestas llegan a buen puerto16. Personas que en su cabeza no han hecho nada malo, pero que están aplaudiendo un ejercicio de bullying que, en el peor de los casos, sólo sabe dios sabe a dónde acabará llevando.
Aún no he podido jugar a Indiana Jones y el Gran Círculo gracias a las políticas anticonsumidor de Microsoft, pero parece exactamente el tipo de juego que me mantiene pegado al asiento durante horas. En Digital Foundry han hecho un vídeo mostrando la recreación que hace el juego del comienzo de En busca del arca perdida y me ha hecho pensar cómo a veces sólo hace falta eso. No homenajes. No guiños. Sólo recrear a la perfección lo que es Indiana Jones. En este caso, literalmente.
¿Realismo? No, gracias
Últimamente he estado escribiendo ficción. Historias. Y eso me ha hecho recordar que si hay una palabra que me saca de quicio esa es «realismo». No importa el contexto. Porque da igual en qué contexto hablemos, siempre que alguien saca a relucir el realismo de algo, es para hacer el mundo mucho más gris de lo que es. Porque además, ¿qué es el realismo?
Para contestar, no pienso acudir a ningún filósofo. Ningún autor. Sólo necesito a Willem Dafoe. Porque en una reciente entrevista en Vulture le han preguntado si la palabra «realismo» tiene algún significado para él como actor. A lo que ha respondido con un rotundo no. Porque cuando la gente dice realismo, el piensa en naturalismo, lo cual le lleva a pensar en la actuación natural, lo cual destruye películas. Porque lo que queremos no es ver imitaciones de la vida. Queremos ver lo que va más allá. Queremos contarnos historias.
Si algo caracteriza al ser humano es que se cuenta historias. Cuando nos juntamos con otras personas, les contamos nuestras vivencias. Les contamos las vivencias de otras personas. Les contamos las historias que hemos visto, que hemos escuchado, que hemos vivido. Y no se las contamos tal cual las hemos vivido. ¿Por qué? Porque es aburrido17. Porque nuestros cerebros funcionan de un modo completamente opuesto a la realidad: a la realidad no le importan las casualidades o los flecos sueltos. Pero a nuestros cerebros sí. Y les molestan. Muchísimos. Porque nuestros cerebros están hechos para encontrar patrones incluso donde no los hay.
El problema con la palabra realismo es que no significa nada. Sirve como un significante vacío. De hecho, párate a pensarlo. La última vez que dijiste que un obra de ficción era realista, ¿qué querías decir exactamente? ¿Que se parecía a la realidad? ¿Que era naturalista? ¿Que podría haber sido de verdad? ¿O simplemente fue una frase hueca con la cual pretendías convenir el hecho de que se asemejaba a otras obras de ficción que antes hemos clasificado como realistas, independientemente de su semejanza (¡o no!) con la realidad?
De hecho, para hablar de cosas «que se asemejan a lo real», tenemos adjetivos mejores. Lo dice Dafoe. Tenemos naturalismo. El naturalismo es una corriente muy concreta que intenta reproducir la cotidianidad de la existencia sin pretender copiar la realidad. ¿Por qué? Porque copiar la realidad es imposible. Porque ni siquiera sabemos si quien tenemos al lado percibe la misma realidad que nosotros o algo diferente18.
Por eso, mi petición de esta semana, es que dejemos de calificar a las cosas como realistas. ¿Realistas según qué? ¿Para quién? ¿En qué sentido? No existe tal cosa como el realismo. Si queremos rescatar el naturalismo, me parece bien. Pero hablar de gráficos realistas en los videojuegos. De historias realistas en la ficción. De actuaciones realistas en la actuación. Es absurdo. No dice nada. ¿Por qué seguir hablando en términos vagos que, además, se utilizan como arma arrojadiza de forma antintelectual, cuando podemos, simplemente, no hacerlo?
NOAH históricamente ha sido una de las grandes compañías de puroresu, pero actualmente está en caída libre. Su relación actual con la WWE, en oposición al resto de compañías japonesas, sólo ha empeorado su situación. Y lo que ha hecho con algunos de mis wrestlers favoritos de su promoción, arrastrándolos por el barro incluso tras convertirlos en campeones del mundo, hace que me cueste simpatizar con la promoción.
Aunque no sólo. También me interesé porque recibieron excelentes críticas. Pero de nuevo, ¿hubiera tenido el mismo interés de no haber tenido ese impacto emocional, ese esthandalazo, de haber visto previamente los anuncios? Seguramente no.
¿A John Waters le gusta un musical carcelario absolutamente kitsch (de forma involuntaria y grotesca, ¿pero eso cuándo le ha importado?) donde nadie puede cantar ni media nota, basado en un personaje de cómic sólo en nombre? ¡Me pinchas y no sangro, Mari Carmen!
Con ciertos peros. Si bien es cierto que el amor por la sabiduría de los sofistas era primero un amor por el dinero y la dialéctica, sus métodos eran útiles. Eso no quita para que lo que hicieran era lo que es. Defendían una cosa y la contraria según les conviniera, haciendo uso de las mismas herramientas. Y pensaban que eso era correcto porque la sabiduría, en el ámbito de la sociedad griega, se transmitía a través de la capacidad de convencer al rival intelectual. Por mucho que ahora guste de romantizar a los griegos y el estoicismo, cuando los estoicos hubieran escupido en la cara a todos quienes nunca se los sacan de la boca.
Además, no es que sus rivales no estuvieran de acuerdo. Platón escribió los diálogos y no dejan de ser una forma de oposición a los sofistas. ¿Que sus textos más importantes eran de uso sólo interno y los diálogos eran un modo de convencer y extender su pensamiento entre la población ajena a la Academia, como un modo de instruirla y atraerla a la misma? Precisamente. Porque había que atraer alumnos y que no se los llevarán todos los sofistas. Algo que les da la razón, al menos en parte: por bella que sea la razón, no sirve de nada si no la acompaña la dialéctica.
Y por eso deberíamos dejar de usar «sofista» y «sofistería» como insultos.
Cuando griegos, romanos, chinos e indios discutían durante horas en los foros de sus respectivas urbes antiguas no era para convencer a sus rivales socialmente bien posicionados. Era para convencer a las audiencias de que ellos tenían razón y debían escucharles por encima de los demás. Algo que era posible porque, en la antigüedad, la norma es que quien tomara las decisiones estuviera cerca de quien tuviera que apoyarle.
Físicamente hablando. En términos de poder y clase social, la cosa no ha cambiado. Ahora discuten en parlamentos y senados, cuando lo hacen en público, demostrando que ni física ni dialécticamente están ni siquiera cerca de lo que se hacía en la antigüedad.
Y no saber que el debate es exactamente eso, una forma de comunicación social, ya es un problema en sí mismo: hay mucha gente ahí fuera que creen que no les están manipulando cuando les están manipulando. En un acto social e intelectualmente sancionado como una manipulación.
Esto significa que deben tener la misma consideración social, pero eso es imposible. Así que debemos interpretarlo de una forma más flexible, como el hecho de que se ha de considerar a ambos como interlocutores igualmente válidos. ¿Y si uno de los dos es, claramente, menos válido que el otro? No debe haber debate. ¿Por qué harías un debate entre alguien que está cualificado con alguien que no lo está?
No: no se debate sobre si el cambio climático es real o sobre si el fascismo de verdad es malo. Las opiniones no se debaten: se debaten los hechos.
Inserte aquí cualquier colectivo vulnerable que prefiera. Por motivos personales, me ciño a una característica personal no perseguida por, bueno, evitar que nadie quiera sacar de quicio un ejercicio mental.
La parte teórica es importante. Si dos personas de pelo moreno discuten sobre los derechos humanos de las personas rubias, hay una falta de representación física que vulnera cualquier clase de justicia hacia el tema y las personas debatidas. Lo cual haría que fuera un debate viciado de base.
No. No estoy exagerando. Debates ocurren todos los días. Tenemos debates en muchas circunstancias, con muchas personas, de forma constante. Y estos se acumulan. Solidifican opiniones. Que ciertas cosas se debatan y lo hagan de ciertas maneras, lleva a ciertas perspectivas. Ciertas cosmovisiones. Y no: los genocidios no ocurren sin generaciones de debates previos que se han permitido porque «son sólo palabras».
Las palabras nunca son solo palabras.
Un deseo que nace de la buena fe, pero que no por ello deja de ser ingenuo. En un debate no existe la cordialidad afable de los acuerdos. Porque entonces no sería un debate. Sería una reunión, una discusión, una cumbre o una conversación, dependiendo de las intenciones y el contexto. Un debate es una pelea dialéctica. Y tras el debate, se puede ser amigos. Pero en el debate, no existen amigos: sólo convencer de tus argumentos y no permitir que los argumentos ajenos suenen convincentes.
¿Alguna vez has conocido a alguien que, al contar una historia, narra absolutamente todos los detalles sin orden ni concierto, sin crear una jerarquía de importancia de la información que está intentando transmitir? Yo sí. Seguramente sus historias sean mucho más realistas que las de quienes no hacen eso. Mucho más que las de todos los escritores del mundo. Pero con las historias de los escritores, al menos, no te duele la cabeza tras dos minutos de tangente sobre tangente de la tangente y no saber ya ni siquiera qué se supone que te estaba contando.
Esto es Filosofía 101. No es ni siquiera una clase concreta de la carrera. No es ni una clase concreta de filosofía del instituto. Es un principio que todo adolescente, fumado o no, ha acabado discutiendo con sus amigos en algún momento de su vida. «¿Y cómo puedo saber que el color que yo veo es el mismo color que tú ves?». Este es uno de los principios más básicos con los que siquiera empezar a discutir toda la metafísica y la ontología: que no tenemos acceso a la realidad tal cual es. ¿Pero pretendemos que existe el realismo? ¿Ficción que sí, que reproduce la realidad tal cuál es? Si tal cosa existe, sería el primer Nobel de Literatura que estaría justificado que fuera un nobel.