Team Asobi ama a Sony, pero Sony no existe
Durante esta semana he estado jugando a Astro Bot. Sobra decir que es una delicia de juego. Es un plataformas maravilloso, sutil, que sabe combinar a la perfección la exploración, las plataformas y una pequeña dosis de elementos de combate para hacer una mezcla explosiva. Mi único problema ha sido con un par de sus niveles de reto, que me parecen sobrediseñados hasta el punto de resultar problemáticos, pero todo el juego base y la mayoría de retos son una absoluta delicia. Un absoluto imprescindible no sólo de PlayStation 5, sino de los videojuegos.
Eso no quita para que haya algo que me rechine. Ese constante gritar la gloria de PlayStation. Durante las primeras dos horas, todo lo que hace aparece acompañado de logos, símbolos y referencias a PlayStation. Luego, entre el entumecimiento de los sentidos y que rebaja un poco esa tendencia, se hace menos fatigoso, pero al principio resulta un tanto extenuante su aspecto de teletienda. Pero lo que no cansa en ningún momento son sus cameos.
Esto es para bien y, sorprendentemente, para mal de un modo que no afecta en absolutamente en nada al juego. Porque Astro Bot es un juego que ama los videojuegos. Durante el juego salvamos a otros bots, algunos de ellos vestidos como míticos personajes del medio. Aunque muchos son, evidentemente, de franquicias de PlayStation, otros muchos no lo son. Ver aquí representado no sólo una parte importante de la historia de la compañía, sino del videojuego en general, es una muestra de amor absolutamente maravillosa.
Además, esto se redobla en los niveles especiales al final de cada galaxia inspirados en videojuegos particulares. En estos niveles, Astro Bot se viste como el personaje de un videojuego clásico de PlayStation y tenemos que pasarnos un nivel que es como una fusión de un nivel del propio juego con las mecánicas y el diseño propio del juego que homenajea. Hay inclusiones evidentes de juegos mainstream, pero también otras menos evidentes, como LocoRoco y Ape Escape, que no sólo están bien resultas, sino que son absolutamente maravillosas. Todo un ejemplo de cómo traer al presente franquicias olvidadas por la propia Sony.
Ahí está lo malo de estos cameos. No en lo que hace Astro Bot o Team Asobi, el estudio detrás del juego. Sino en lo que hace mal Sony. El hecho de que cada punzada de amor, nostalgia o cariño por muchos de estos personajes que sentimos viene acompañado de la consciencia de, eh, ¿por qué no hacen más juegos de esta franquicia?
Días atrás, el presidente de Sony dijo que el problema de PlayStation es que apenas tiene franquicias reconocibles. Mientras, Team Asobi ha mostrado decenas en Astro Bot. Muchas de ellas, injugables hoy en día sin recurrir a la piratería. Eso no es un problema aquí, ya lo sabéis, pero sí es un problema para Sony. Porque, si el presidente de Sony dice que no tienen franquicias reconocibles, pero Team Asobi ha sido capaz de encontrar decenas, ¿cómo es posible eso? ¿A qué se refiere entonces el presidente? A que no tienen la clase de franquicias que pueden explotar del modo que quiere la Sony actual.
Astro Bot es, en todos los frentes posibles, un juego de otra época. No es un juego que pertenezca a PlayStation 5, más allá de que usa las capacidades particulares de la consola y sus periféricos. Para Sony sus franquicias actuales se reducen a dos clases: las que se pueden explotar como productos culturales de prestigio que se puedan convertir en otros productos audiovisuales, como The Last of Us o God of War, y aquellos que sean juguetes que pueden generar dinero constante a través de un esquema monetario de juego como servicio, como Helldivers 2 o Concord. Nada más. Todo lo que no caiga en uno de estos dos nichos no es considerado como viable dentro de la lógica de la actual PlayStation. Y como tal, no es considerado como una franquicia a explotar.
A eso se refiere el Señor Presidente cuando dice que no tienen IPs para explotar. No que no tengan, sino que la historia de PlayStation hasta la segunda mitad de PlayStation 3 es la de una marca completamente diferente. Una más enfocada a la diversidad, la experimentación y ser la alternativa adulta, pero donde lo adulto no se reduce exclusivamente a un nicho cerrado sin sentido. O dos, como es el caso.
Sony ha claudicado en su propia identidad. Astro Bot lo demuestra. Sin querer, celebrando lo que es PlayStation, pero demostrando lo que ya no es. ¿Volverá a serlo? PlayStation 5 Pro y sus 800 euros, que son al menos 920 en la realidad, indican que probablemente no. A lo mejor si Astro Bot es un éxito y con el fracaso de los juegos como servicio, como Concord, y si PlayStation 5 Pro no funciona como espera la Santa Sony, existe la posibilidad de ver volver a esa antigua PlayStation. Que hagan como que los tiempos de Jim Ryan no existieron y volver a un pasado, que no fue idílico, pero al menos tenía franquicias, diversidad e ideas, incluso si Sony hacía igualmente burradas absurdas. O quizás inventar una identidad nueva donde si quepa la posibilidad de que, lo que un día fue Sony, no sea motivo de vergüenza como para denegarlo, no pudiendo ser más que un homenaje en un juego candidato del año, pero nada más.
Quién sabe. Probablemente ni siquiera en Sony lo sepan. Es probable que en Sony haya una lucha interna por saberlo, en algún momento, en el futuro. Pero si algo nos ha enseñado Astro Bot es que a veces el pasado si es mejor y que no: a veces no es nostalgia, simplemente es que las cosas han empeorado. Al menos en algunos aspectos.
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Machado was right
No tengo particulares recuerdos interesantes del instituto, pero entre ellos está leer a Antonio Machado. Ayudó que en mi clase yo fuera el único al que le interesara la poesía o la literatura y que el profesor fuera adepto a la discusión no sólo de Machado o de los temas de su poesía, sino de todas las dimensiones de la poesía en su conjunto. Incluida la forma y sus implicaciones. Eso hizo que aún hoy tenga mucho cariño por Machado, además de por cosas tan evidentes como que era un gran escritor, incluso si no siempre se le lee como debería. Como le ocurre a todo gran escritor, si somos justos.
Esto es gracioso porque Machado es un escritor que tenemos muy en mente los hablantes de español porque tenemos un dicho —una sentencia, para ser exactos—, que es «la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero». Y no voy a mentir. Es una sentencia que, la gran mayoría de las veces que la oigo usar, me saca un poco de mis casillas.
Para empezar, esta es una sentencia de Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo). Un libro apócrifo, de aforismos, que combina tanto lo filosófico y lo erudito con cierto humor que se ha tendido a definir como sutil, como sutil es el humor cuando lo definen los académicos: en absoluto sutil, pero lo suficientemente intelectualizable como para argüir que es más que simplemente humor. Para concluir, esta ni siquiera es la sentencia entera. La sentencia entera es la siguiente:
La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón: — Conforme.
El porquero: — No me convence.
Aquí es bastante evidente su humor. Su erudición. Porqué me cabrea tanto la frase. Cuando Machado escribe esta sentencia, no es pensando en que la verdad es unívoca y que lo es independientemente de quien la diga. No cuando hay una continuación. Agamenón está conforme, el porquero no. ¿Por qué? Podemos estar discutiendo todo el día sobre paradojas, relaciones de clase y juegos lingüísticos. Y sería una discusión interesantísima, para otro momento. Pero acabaríamos siempre volviendo a que, da igual cuan fino hilemos, siempre llegamos a la misma conclusión: la verdad no existe. O en el mejor de los casos, es inaprensible.
La verdad es la verdad, ¿pero cómo sabemos qué es la verdad? No importa quién la diga, es cierto, pero cómo juzgamos lo que es verdad sobre lo que no. La conformidad de Agamenón no nos dice nada, pero la disconformidad del porquero nos dice todo. No hay manera de resolver esta paradoja. No hay manera de conocer la verdad. ¿Por qué? Porque la verdad no es un todo absoluto.
Si hablamos de matemáticas, uno más uno es dos. Pero si hablamos de arte, ¿qué es bello? ¿Cómo definimos que una obra es mejor que otra? Mejor aún. Si hablamos de delitos, ¿cómo sabemos cuál delito es peor entre una serie de ellos? Para Agamenón puede ser peor un delito contra el rey que contra las clases bajas, pero para el porquero probablemente sea al revés. ¿Quién está en lo cierto?
La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Pero la verdad de Agamenón y la verdad de su porquero no tienen porqué ser la misma verdad. Porque la verdad o no existe o es inaprensible o, en una pequeña vuelta de tuerca de ello, es inaprensible en tanto es una cuestión subjetiva. La verdad es dependiente del punto de vista. Y por eso me molesta que se use de esta manera esta sentencia de Machado. Porque incluso si no es incorrecta en sí, no es técnicamente correcta. Algo imperdonable para mi cerebro (¿de Agamenón? ¿De su porquero?) cableado de forma extraña.
Hay pocos artes que tengan más cosas en común que el wrestling y el videojuego. Y teniendo en cuenta que esas artes son el teatro y la animación, mejor no entremos en ese agujero ahora mismo. Pero este excelente vídeo os cuenta porqué en el videojuego todo es wrestling. Incluso aunque no lo sepáis. Porque no es sólo que en los videojuegos se hagan muchas referencias al mundo del wrestling o que haya numerosos movimientos de wrestling normalizados como ataques, sino que hay todo un lenguaje físico directamente heredado del mismo. Un vídeo imprescindible para entender mejor el videojuego. Y también para entender el valor de este noble arte tan denostado como es el wrestling.
En algún momento toda letter debe tener una carta abierta a la comunidad: supongo que esta es la mía
Entrar en Twitter es como habitar en el interior de un dios muerto: es posible que despedazar su carne tenga funciones milagrosas, pero eso no significa que no tengamos que seguir desmoronándolo cada vez un poco más hasta que sea imposible seguir viviendo en su interior. Y el problema es que este sentimiento no es algo que sólo ocurra con Twitter. Navegar por Internet, desde hace años, es extremadamente desagradable.
Por supuesto, tengo mis espacios felices. Ciertos canales de Youtube, en cierta medida Bluesky, algunas páginas web, un puñado de blogs y newsletters. Pero el espacio de Internet, esa región que puedo navegar silbando sin tener que ir con la navaja en la mano, es infinitamente más pequeño que años atrás. Y esta semana, con el anuncio del cierre de cohost, parece que volverá a reducirse un poco más.
No escribo en cohost. Ni siquiera tengo cuenta en cohost. Pero sí seguía lo que escribían algunas personas allí como si se trataran de, precisamente, lo que eran: espacios personales donde compartían textos, más largos, más desarrollados, con el único lazo en común de ser suyos. Algo que los hacía íntimos y familiares. Hogareños. Al anunciarse que a partir de octubre no podrá escribirse más en cohost y que a partir de 2025 ya no existirá, básicamente han puesto fecha de caducidad a esa experiencia: tengo que ir aceptando que mi divagar sin rumbo por entre los cohost de un puñado de personas interesantes se ha acabado.
Se ha acabado como se ha acabado escribir en Twitter sin que alguien conteste de forma hostil porque el algoritmo promueve las interacciones por encima de todas las cosas. Buscar algo en Google y recibir ninguna clase de respuesta útil porque está enturbiado por el SEO y ahora la IA. O como se acabaron Tumblr, Livejournal u otros tantos servicios, simplemente porque alguien decidió que ya basta. Que demasiada libertad es mala para los negocios.
No es mentira, tampoco. Los foros no dan dinero. Los blogs tampoco. Y la mercantilización de Internet ha llevado hasta esta situación. Pero eso también es culpa nuestra. Porque, ¿en qué momento decidimos que era necesario abandonar los foros? ¿Cuándo decidimos que los blogs no eran necesarios? Aceptar como más convenientes las redes sociales o Reddit fue un movimiento ciego. Pero abandonar nuestros espacios por las promesas de poder monetizar nuestro trabajo, bajo una premisa empresarial capitalista, eso fue una mala decisión que tomamos de forma consciente.
Con esto no quiero decir que esté mal monetizar nuestra labor. Ni que hiciéramos mal en dejar nuestros blogs. Muchos nos pasamos más de una década manteniéndolos y muchas personas que siguen manteniéndolos recurren a métodos para monetizarlos de un modo no invasivo y fuera de las lógicas empresariales. Y eso está bien. Digo que el problema es haber permitido que el capitalismo rampante neo-liberal se convirtiera en la forma dominante de Internet.
Esta semana simplemente se ha vuelto a hacer patente que esto es lo que ha ocurrido. Por eso tengo esta Letter. Por eso pienso en resucitar mi blog. Por eso tengo otras cosas en mente. Para escapar de esa tendencia. ¿Os estoy pidiendo que hagáis lo mismo y huyáis del corporativismo y hagáis vuestros blogs, vuestras letters, vuestros proyectos donde huyáis del concepto de trabajo mientras abrazáis el concepto de labor, sin por ello negar la posibilidad de que sea remunerado? A ver, un poco sí. Para qué vamos a engañarnos. Cuando alguien decide emprender un camino es también para servir de ejemplo al resto de su comunidad de lo que desea para todos. Y precisamente en eso estamos.